lunes, 19 de abril de 2010

crisis

Diego se acaba de ir. Antes, hizo todas las camas, ordenó, me soportó. Me levanté pésimo. No tener ayuda doméstica es de las cosas que peor me pegan en el mundo. Jamás hubiera tenido hijos de no contar con alguien. Es así, pienses lo que pienses. Hoy, además, me replanteo cómo yo llegué a tener esta familia. Yo, que no puedo conmigo misma, que todo me da paja, que me angustio. En momentos así, odio mi casa. Diego también la odia. Es horrible, está completamente venida a menos, se rompió todo, es vieja y fea. Pero mudarnos no sería un buen plan por muchos motivos.

Le grito a mi marido. Mi marido sabe que se casó con una loca, que acabo de llegar de Buenos Aires, que estoy sobrepasada, que el asunto maid me hace muy mal y me ayuda. Él hace todo mejor que yo. En todos los ámbitos. Yo lavé los platos y repasé la cocina. Tiene que venir la chica nueva en algún momento. Sé que su llegada a las once de la mañana todos los lunes no me va a servir. Yo no puedo lidiar con la casa los lunes a la mañana. Me supera. La fuga de Jobis fue de lo peor que me pasó en mucho tiempo. A este nivel, claro.

Tengo mucho trabajo. No puedo ni siquiera pensar en atacarlo. Quiero vivir en Buenos Aire y a la vez, me angustia pensarlo. Está imposiblemente caro. Me pregunto si alguna vez podremos. Entretanto, me angustio con el muy poco feliz sentimiento de por qué tuve tres hijos. Todo me supera. Quiero salir corriendo. Quiero ser rica. Quiero tener mucha ayuda. Una casa linda. Poder vivir en Buenos Aires sin problemas. Ser menos neurótica. Ponele.

Y muchas cosas más. Pero no puedo ni pensarlas.
Así las cosas, chicos.
Rayadas.

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