viernes, 23 de abril de 2010

mañana de viernes, silencio, paz

Se fue Diego, ya se había ido Tita y antes, bastante antes, Simón. Me tocó, tácitamente, madrugar toda la semana. No porque lo considerara justo sino porque marido no atinó a abrir un ojo a las 6.40am, ninguno de los cinco días de la semana laboral. Heme aquí, entonces, en silencio, de lejos se escucha la cajita de música de Milo quien se fue a dormir su siesta, nunca entendimos por qué se despertó en primera medida.

Al rato viene Lupita. Le dejé los trastes del desayuno.

Tomé café con leche y comí una tostada con queso y tengo ganas de vomitar. Es el efecto desayuno tempranero. Me cae pésimo.

Estoy gordich. Había adelgazado un touch, volví a subir. Si no hago dieta, no hay muchas chances de que vuelta a tener un peso digno.

Pensaba, hace un rato, que una de las cosas que más me engorgullece de mi matrimonio es que garchemos bien después de tanto tiempo. Y bien lo digo en el sentido de mucho y satisfactoriamente. Nueve años y me sigue copando. Bah, me volvió a copar.

En fin.
Voy a leer una notas de la Ñ y después me daré un baño. Trabajar. Taller. Cumpleaños infantil en la tarde. Lluvia de fiestas en los próximos diez días. O no tenemos nada o tenemos la agenda saturada.

Así las cosas.
Trancas.

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