martes, 23 de marzo de 2010

se termina el día

Y pienso, mientras abro la cama de los chicos y decido no contarles un cuento porque estoy cansada y quiero aprovechar este momento de silencio para mí sola, frente a la compu, sin nadie que diga mamá ni pregunte nada ni suene el teléfono. A los lejos, arriba, las toses. Un coro que no termina. Roberta lo encabeza, solista. En un rato se duermen y al otro rato llegará Diego y nos pondremos a cocinar para él. Yo comeré algo liviano, la dieta que ahí va, a su ritmo, obviando los azúcares y sin excederse. La comida hace un poco a la felicidad cuando esta parece esquiva. Porque hay que creer que existe. Sin importar la imposibilidad de dimensionarla. La felicidad, para mí, es un día que pasa rápido porque la pasé bien. Un buen polvo, un momento de paz con los chicos jugando, un libro en la mano. Una buena película. Una canción que no podés dejar de cantar. Un mail que te hace sonreír. Una caricia. Sentirte cósmicamente enamorada. La certeza de que elegiste bien. Reírte sin parar de la pavada más grande. Un texto que te enorgullezca (eso a mí no me pasó nunca). Entonces, no les leo un cuento. Enciendo un cigarrillo, me sirvo un vaso de agua, y escribo un poco. Releo unos textos. Sin música. Silencio.

Siempre la dimensión del acá y el allá. Escindida.

Y muchas ganas de tirarme en la cama. Dormir. Agotamiento de base. Familia. Gente. Ruido.

Merendamos en casa. Muchos bebés que dan vueltas. Son lindos los bebés. Son tiernos, se ríen. Aunque no te gusten los niños, los bebés te desarman.

Encontrarse es más difícil de lo que uno piensa o quiere. Sólo a veces. Otras es natural. ¿Me seguís?

Los jeans son celestes y aprietan. Las zapatillas negras. Hago reír. A mucha gente. Sin quererlo. Ay, Julieta, qué bien me caes. Y otras tan mal. A tanta otra gente. Porque a uno no lo quiere todo el mundo. Mal que te pese. Otra vez: dale, quereme. Copate.

Pero el día pasó lento. Y es temprano pero estoy cansada. Algo de comer, entonces, liviano, la dieta. Una charla de trabajo. Leer unas páginas y acostarse. Tirar la buena que vuelve como motor. ¿Se puede siempre? Intentarlo.

Así las cosas de un día más de primavera en un suburbio cerca del DF.

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