miércoles, 10 de marzo de 2010

una vez más

Me desperté mil veces y no por el bebé. Diego roncaba, durmiendo boca arriba. Y a partir de las seis, no dormí más. Pensaba. Y está bueno asumir las culpas, darse cuenta, entender. A mí, al menos me sirve. Me libera.  Hay una suerte de angustia en la casa. Mientras ponía la verdura (esta vez no me acordé de nada del pasado) pensé que mi vida va a ser un kilombo siempre, que no hay ninguna certeza de que podamos volver a Argentina algún día y se me llenaron los ojos de lágrimas. Pero fue positivo. La vida de todos es un desmadre. La vida es dura. Para todos. Y cada uno con sus mambos. Ni modo. Marido tambalea. Es lógico, muchas cosas juntas. Lo entiendo y sé que debo ser su apoyo. Es lo que toca y está bien. Así que las lágrimas pasaron, volvieron en el coche por otros motivos y se volvieron a ir. Por suerte tengo mucho trabajo. Mucho y atrasado. Pero sabemos, la rutina me salva. Me sirve, me ordena. Y lo agradezco. Ser feliz es un estado en la mente, muchas veces. Otras la coyuntura se impone amargamente. Es así. 

Voy a comer a lo de Pau. Volver a México. Vivir. El día a día. Mis hijos. Tan divinos. Tan difíciles. 

Y no mucho más, chicos.
Es lo que toca. Enfrentarlo con alegría.
Así las cosas.
Concientes.

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